El Caribe de Colombia (días 137-144)

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Cartagena

Amanecimos en Cartagena, Colombia, con un cielo nublado, mucho bochorno y humedad. La terminal de autobuses está bastante lejos del centro, con lo que cogimos un bus urbano y nos fuimos para el Casco Viejo. Cartagena, la niña de la que más presumen los colombianos, tiene dos caras: el Casco Viejo, inundado de edificios multicolor de estilo colonial; y la ciudad fuera de la muralla, dividada en barrios humildes y caóticos y barrios costeros al más puro estilo Miami. El mayor reclamo turístico ni decir tiene que es la joya colonial. Conservada de forma excepcional y acondicionada para albergar el gran sustento económico de la ciudad, los turistas. Unos turistas (nacionales y extranjeros) que quedan prendidos de la belleza de sus calles empedradas con casas abalconadas llenas de flores que alegran la vista y el día, así como de sus plazas históricas abarrotadas con mujeres encantadoras preparadas a hacerte degustar cientos de jugos de frutas diferentes y su muralla que nos recuerda que un día fue un fuerte. Afortunadamente para los mochileros, la zona de Getsemaní nos brinda la oportunidad de disfrutar de la arquitectura, el colorido y la vida de la ciudad amurallada ya que el enfoque en el resto de zonas del Casco Viejo hacia un turismo de gran poder adquisitivo es notoriamente palpable. No sé porqué, pero me recuerda a mi niña bonita… (BARCELONA). Crucemos los dedos y esperemos que el fenómeno del “gentifrication” no llegue a Getsemaní y todos podamos disfrutar de la popular Cartagena de Indias.

 

Cartagena es una gran base para disfrutar de otras atracciones, como Playa Blanca e Isla Barú. Nosotros, después de San Blas teníamos claro que no había isla que lo superara así que decidimos evitar su visita y más después de que nos informaran sobre su masificación. Por lo tanto, como la visita relajada por el centro nos permitía disponer de tiempo libre, tuvimos ocasión de cocinar nuestra comida: pimientos rellenos de carne, arroz y verduritas. Nos salió delicioso y estuvimos muy orgullosos de nuestro super plato.

 

Parque Nacional Natural de Tayrona y alrededores

Sin demasiada prisa nos pusimos rumbo a Santa Marta. Tras una vuelta de prácticamente una hora en la buseta urbana que nos tenía que llevar del centro a la terminal de autobuses, cogimos el autobús a Santa Marta. Allí sería la despedida (por tercera vez) con Malcolm y Lotte, que iban a pasar unos días en las playas de Taganga para hacer un curso de submarinismo y después se dispondrían a viajar por Colombia a otro ritmo, ya que su intención es bajar por Ecuador, Perú y Bolivia en los próximos 5 meses. ¿Nos volveremos a juntar en algún otro lugar? Lo sabremos con el tiempo. Nuestro destino era Santa Marta, ya que allí nos acogería una mujer colombiana, Doña Clarisa, amiga de una amiga. Teniendo aquí el campamento base, nuestra intención era visitar el Parque Nacional Natural Tayrona que se encuentra a pocos kilómetros.

Una vez contactado con Doña Clarisa, aparecimos en su casa y nos acogió con los brazos abiertos. Después de unas interesantísimas conversaciones, fuimos a hacer algo de compra para la cena y preparar también algo de comida para el día siguiente. Además de unos espaguetis, carne picada y unas pechugas, compramos “harina Pan” para hacer arepas (tortas de maíz típicas de Colombia), ya que Doña Clarisa se había ofrecido a preparárnoslas. La cena fue a base de arepas caseras con pechugas de pollo y un jugo de “tomate de árbol” que nos encantó y además nos preparó un par de tuppers para el día siguiente, así que nos acostamos encantados.

Santa Marta
Con Doña Clarisa y su nieto, que nos cuidaron estupendamente

 

Al día siguiente, más arepas, empanadas de carne y café con leche nos estaba esperando para desayunar. ¡Estábamos de lujo! Llenar la tripa, preparar las mochilas pequeñas con lo indispensable (así dejábamos aquí las mochilas grandes para la vuelta) y nos dispusimos para el parque. Existen dos entradas (por lo menos oficiales) y, aunque una vez dentro cada uno puede hacer la ruta que quiera, la mayoría de personas optan por una de las siguientes dos opciones: entrar por la entrada principal y llegar hasta el Cabo San Juan (pasando por Cañaveral, Arrecife y La Piscina), subir (o no) a Pueblito y volver por el mismo camino; o como la entrada de Calabazo conecta con Pueblito, entrar por un lado y salir por el otro; que es lo que nosotros hicimos.

Nos bajamos en Calabazo y nos dispusimos a andar. Nos habían dicho que esta entrada era más informal (ya que la otra tenía valla de ingreso, caseta de pago…) y que dependiendo de la hora de entrada podía darse la oportunidad de entrar sin pagar, pero las horas eran después de anochecer y antes de amanecer, cosa que no era una opción. La entrada para extranjeros cuesta 38.000 pesos colombianos (unos 14€), más del doble que el colombiano (15.000 pesos), pero nosotros religiosamente pagamos.

De Calabazo a Pueblito el camino es por una pista de montaña por en medio de la jungla donde, aunque creíamos que íbamos a poder ver muchos animales, sólo vimos lagartijas con colas de colores brillantes. Pueblito nos resultó un poco decepcionante ya que no había ningún indígena allí y simplemente eran 4 casas redondas en una explanada. La bajada desde Pueblito a San Juan del Sur se nos hizo un tanto dura, ya que nos dijeron que se podía ir con sandalias, y luego resultó ser una hora y media de bajada empinada por piedras de tamaño considerable. Y llegamos a Cabo San Juan: una explanada llena de tiendas de campaña (cual festival de música) y 2 grandes tejados llenos de hamacas cerca de una bonita playa. La verdad es que el lugar nos pareció de todos menos paradisíaco, pero colgamos nuestra hamaca y nos quedamos a descansar en la playa.

 

Fue la primera noche durmiendo en nuestra hamaca doble y desgraciadamente no podemos decir que fuera una buena noche. 80 posiciones diferentes y en ninguna estábamos del todo cómodos: o uno se caía encima del otro, o a alguien se le dormían los brazos o las piernas… Primer intento desde luego fue un fracaso. Lo bueno, es que conocimos a varios colombianos que estaban allí de vacaciones (como coincidíamos con la época de “vacaciones de verano” en Colombia, la mayoría de turistas eran del propio país) y nos dieron muchas recomendaciones de lugares y gastronomía.

Al día siguiente hicimos la otra mitad del camino que va principalmente por la costa. Pasamos por diferentes playas o calas con rocas grandes redondeadas por el mar. En la mayoría, bañarse está prohibido debido a las fuertes corrientes, por lo que algunas estaban totalmente desiertas. Parte del recorrido también iba por la selva, pero el único animal que pudimos ver fueron monos. La verdad es que aunque el parque y las playas son bonitas, no nos pareció nada del otro mundo, y desde luego no creemos que valga el precio de la entrada, así que nos quedamos con un sabor agridulce con el parque.

 

Una vez de vuelta en Santa Marta, comimos un almuerzo sencillo a base de sopa (incluída en los menús de colombia), “muchacho” (una tipo de redondo relleno) y agua panela fría (como si fuera un tipo de té hecho con panela, que es caña de azúcar). En casa de doña Clarisa también pudimos degustar arroz con coco (típico caribeño) hecha de manera casera, que estaba buenísimo, y jugo de mango para cenar. La verdad es que nos cuidó como una madre durante el tiempo que estuvimos en su casa, por lo que desde aquí queremos agradecérselo de todo corazón. Para nosotros estar en su casa y conocerla tanto a ella como a los chicos que vivían allí fue una experiencia muy gratificante, ya que nos acercó mucho a la vida real colombiana, a su pensamiento, sus problemas y sus alegrías. ¡Muchas gracias por todo!

 

La Guajira

Cuando salimos de Santa Marta hacia la Guajira, no teníamos muy claro cuantos cambios de autobuses/camionetas teníamos que hacer, ni donde, ni a qué hora llegaríamos; sólo sabíamos que nuestro destino final era el Cabo de la Vela y los nombres de los pueblos donde parecía que podíamos encontrar los transbordos apropiados: Riohacha y Uribia.

La Guajira es una región prácticamente desertica del norte de Colombia fronteriza con Venezuela, bastante apartada de todo y donde viven los indigenas Wayuu. Nuestra idea inicial, gracias a la recomendación de la familia colombiana en San Blas, era visitar el Cabo de la Vela (donde se encuentra “el Pilón de Azucar”) y las salinas de Manaure. Sin embargo, una pareja colombiana que conocimos en Tayrona acababa de estar allí y al parecer las salinas más grandes (y las que más merecían la pena) se habían diluido con las fuertes lluvias de las últimas semanas y ya no valía tanto la pena. Por lo tanto, como no nos sobraba precisamente el tiempo, lo sacamos de nuestros planes y nos limitamos al Cabo de la Vela y sus alrededores.

El primer autobus que cogimos fue en dirección Riohacha, la que iba a ser nuestra primera parada. Sin embargo, una vez dentro del autobús, otros pasajeros nos recomendaros que para ir a Uribia era mucha mejor opción pararnos en “4 vías”, un cruce de carreteras después de Riohacha. Obedientes nosotros, paramos en el cruce y tras intentar regatear con un hombre que era como un taxista, paso una camioneta llena de gente (la mayoría indigenas) que nos ofrecía el viaje a Uribia por la mitad de precio.

La conexión complicada era de Uribia al Cabo de la Vela y viceversa. El trayecto duraba unas 2 horas por el desierto y sólo lo hacían unas “pocas” camionetas. Salían del Cabo de la Vela entre las 4h y las 8h de la mañana con turistas, locales, mercancia y recados, y volvian entre las 15h y las 18h de la tarde. Una vez se había perdido la última furgoneta había que esperar a la tarde del día siguiente. Por suerte, llegamos para alcanzar la última, junto con una pareja alemana y una mujer que resultó tener un hospedaje, y bastante barato, así que solucionamos también ese tema. Dormimos cada uno en una hamaca (después de la experiencia en Tayrona, preferimos aprovechar ya que teníamos la opción) en la misma playa, a unos pocos metros de la orilla, bajo una pequeña tejabana.

 

Despertamos al poco de que hubiera amanecido y el paisaje era impresionante. Había una neblina extraña que no debaja ver si el cielo estaba nublado o totalmente despejado; su color iba del blanco-gris a un morado-rosa que se fusionaba con el horizonte, y el mar lo reflejaba al completo. ¡Algo increible!

Amanecer Cabo de la Vela
Con esta vista amanecimos (foto sacada tumbada en la hamaca)

 

Desperezarnos, desayunar unas arepas y nos pusimos rumbo al Pilón de Azucar, que realmente era una pequeña montaña en el mar, al lado de una bonita playa. Caminamos durante una hora por el desierto para llegar allí, con la referencia clara de la montañita. La subimos para ver las espectaculares vistas que ofrecía del mar, la costa y el desierto y bajamos a la playa a bañarnos. Cuando el sol empezó a calentar muy fuerte al mediodía, empezamos con el regreso, pero nos encontramos con un problema: ya no teníamos referencia para volver, dejabamos la montañita a nuestras espaldas y por delante, todo nos parecía lo mismo. Por suerte, un alma caritativa en ranchera nos recogio y nos acerco al hostal.

 

El plan de la tarde era ver otra parte del cabo a la que llaman “Ojo del Mar” y acercanos hasta el faro para ver el atardecer. Fuimos paseando por la orilla del mar, viendo como los cangrejos correteaban por aquí y por allá. El “Ojo del Mar” nos gusto mucho, pero no tuvimos mucha suerte con el atardecer; el lugar no era demasiado romantico y había muchisima gente y el cielo tampoco mostró su máxima belleza.

 

Al día siguiente madrugamos para salir del Cabo de la Vela. Habíamos quedado con una camioneta que vendría a buscarnos a las 4, pero no apareció, por lo que cuando otra furgoneta pasó por delante nuestro y nos dijo que iba a Uribia, no dudamos en montarnos, aunque nos advirtió que tenía que recoger a alguien primero. Ese alguien fue primero una mujer con una niña y un bebe y 1 “ovejo” y 2 cabras atadas por las patas. Despues resultó ser un argentino al que se le había perdido la zapatilla y tuvimos que esperarle 45 minutos a que la encontrara. También recogimos a una francesa, que una vez en marcha se dio cuenta de que se había confundido de camioneta porque ella iba a otro destino. Varios recados más, unos pitidos delante de chabolas por si alguien tenía algún pedido y sobre las 6 no pusimos rumbo a Uribia.

Camioneta Guajira
Con los animales atados de esta manera no llevarón del Cabo de la Vela a Uribia… ¡Pobrecitos!

 

Recorrimos el desierto y en Uribia encontramos un taxi-bus enseguida que nos llevaría a Maicao para coger bus. No teníamos ni idea que horarios habría, por eso habíamos decidido ir pronto, pero resultó ser en vano. Hasta Bucaramanga (ciudad a la que queríamos ir, pero que no sería nuestro destino final) había 13 horas, con lo que los de por la mañana llegaban ya por la noche, cosa que nos venía fatal, porque nos obligaba a buscar hostal de noche y en una ciudad que no nos interesaba en absoluto. Por eso, decidimos coger el autobús de las 16h que nos dejaría allí de madrugada pero podríamos enganchar con el siguiente bus. Fue el momento en el que más sucios hemos estado de todo el viaje: no habíamos podido ducharnos para quitar el salitre del mar porque no había acceso a agua fresca y las duchas eran de agua de mar, el polvo del desierto de la mañana nos había dejado todo el pelo acartonado, el calor era aplastante… ¡Y tuvimos que estar allí 7 horas, más las de bus que nos esperaban!

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