Semuc Champey y Antigua (días 89-93)

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Nuestro próximo destino era Semuc Champey, un remoto lugar en el corazón de Guatemala. Para llegar allí sin demasiado lío de autobuses locales (a los que aquí llaman “chickenbus”), lo que la mayoría hacía era contratar un tour o autobús de turistas (que llaman shuttle) desde Flores. Los precios variaban bastante y con el regateo cada uno los hacía variar más. Las catalanas habían encontrado un tour que por 200 quetzales te llevaban hasta allí, dormías dos noches gratis en un hostal llamado Casa Zapote y te llevaban después a Antigua. Teniendo aquello como referencia, nos fuimos en busca de lo que ofrecían otros. En general, los precios eran más caros y un amable “agente” nos explicó porqué: según él, Casa Zapote no existía; si lo buscábamos en internet no lo encontraríamos y todas las opiniones que encontraríamos serían negativas; el hostal tenía tan pocas visitas que por eso daba noches gratis, para que el visitante consumiera cena allí porque estaba perdido en la mitad de la nada. Él no nos lo iba a ofrecer, aunque podría, porque quería que la gente volviera contenta de su estancia y al parecer de ahí no lo haríamos.

Nosotros nos fuimos con la duda de cuanto de aquello sería verdad y cuanto estábamos dispuestos a sacrificar a cambio de un precio barato. Confirmamos con Pamina y Guillaume que éste era el hostal donde ellos habían estado unas semanas antes, que ya nos habían comentado que no era el mejor, pero tampoco era tan catastrófico como nos lo pintaron. Así que, decidimos coger el transporte hasta allí y las 2 noches por 100 quetzales cada uno y ya gestionaríamos el transporte a Antigua una vez allí.

La ruta de Flores a Semuc Champey no fue precisamente placentera; casi se olvidaron de nosotros por lo que Nico se sentó en un asiento “abatible” que suelen tener en el pasillo y yo fui entre el conductor y el copiloto, en un asiento que básicamente era una tabla, dura y plana, durante un recorrido en el que no paramos de botar y rebotar por la condición de las carreteras. Lo bueno fue que desde esa posición pude ver todo el camino y hacerme una idea de la Guatemala rural, ya que todo el camino era prácticamente entre montañas.

La primera conclusión es que es muy sucia. Recorrimos “pueblos” formados de unas simples chabolas al borde de la carretera, pero llamaba la atención la cantidad de basura alrededor de cada una de ellas. Todos los plásticos, papeles, cristales y demás recipientes que dejaban de tener utilidad los tiraban justo al lado de su casa, creando una cantidad de suciedad al borde de la carretera y sus hogares exagerada. Sin embargo, por otro lado, nos encantó lo verde que estaban las montañas en todo el recorrido. El viaje fue en domingo, por lo que también vimos como mucha gente asistía en familia a misa en las diferentes iglesias y nos fijamos como las chicas y mujeres vestían con ropa tradicional, mientras que ellos vestían con vaqueros y camisas o camisetas. Inicialmente dudamos si sería siempre así o sólo por ser domingo, pero pronto descubrimos que era siempre así tanto en las zonas rurales como en las ciudades. Lo más increíble, fue cómo cruzamos un río que pasaba por la mitad de la carretera en una especie de plataforma rectangular con un motor en cada esquina. Mejor os dejamos directamente el video para que veáis cómo fue el transporte.

 

Finalmente llegamos a Lanquín, el pueblo donde nos esperaban los de Casa Zapote para llevarnos hasta el hostal. En el bus conocimos a Mariana, Sabrina y Laura, 3 chicas argentinas que, además de ofrecernos mate para probar en el bus (porque como buenas argentinas no podían hacer el recorrido sin su matecito), también dormirían en el mismo hostal. A todos juntos nos llevaron en una camioneta por el monte, en dirección Semuc Champey, hasta el hostal donde nos volvimos a encontrar a las catalanas. Estábamos en la mitad de la nada, a medio camino largo entre Semuc Champey y el pueblo, y el hostal no era nada del otro mundo (camas duras en habitaciones compartidas, baños y duchas en una caseta aparte con agua fría) pero para ser gratis, a nosotros nos pareció suficiente.

En la habitación compartida estábamos con las argentinas y Malcolm y Lotte, una pareja holandesa, todos llegados el mismo día y con planes similares para los próximos días, por lo que nos convertimos en “el equipo”. Por la mañana, nos fuimos juntos a visitar Semuc Champey no del todo seguros que el tiempo fuera a aguantar. Por la noche había llovido bastante, la humedad estaba muy presente y unas nubes grises amenazaban, pero al final el paseo no estuvo tan mal. Primero recorrimos en tramo entre el hostal y la entrada del parque, un bonito camino entre montañas verdes, con importantes sube y bajas y unos cuantos niños que ofrecían chocolate seguido de “maybe later, maybe later”. Dentro del parque, nuestros objetivos eran 2: el mirador y las piscinas naturales. Para el mirador tuvimos que subir, subir y subir durante una hora y media, pero el esfuerzo valió la pena. Desde allí podíamos ver el color turquesa de las piscinas naturales entre los árboles del cañón, y es que el río que bajaba muy caudaloso desde las montañas se escondía en un túnel bajo tierra en este punto, dejando en la superficie este agua tranquila. Tras la sesión de fotos tocaba descender todo lo subido y darse un chapuzón bien merecido.

 

Justo cuando entramos en el agua empezó a llover, por lo que el baño no fue demasiado paradisíaco, pero estuvo muy bien. Pequeños pececillos nos mordían haciéndonos un peeling gratuito en un agua transparente. Coincidimos con una pareja de recién casados que fueron a hacerse las fotos de novios allí y la verdad es que, aunque no tuvieron el mejor día, estamos seguros de que les quedaron unas fotos preciosas. Nico y Malcolm fueron bajando de piscina en piscina, y aunque fue bastante divertido, Nico tuvo algunos problemas después para volver a subir, ya que por abajo no había salida y tuvo que remontar todos los niveles.

Semuc Champey
El color del agua en estas piscinas naturales era impresionante

 

 

Otra cosa que se puede hacer en Semuc Champey es un recorrido de aproximadamente 3 horas por una cueva por donde también pasa un río con una pequeña vela que al final se apaga y hay que saltar al vacío en la más completa oscuridad, confiando que al fondo hay una piscina con profundidad suficiente. A esto, hay que añadirle además que como los días en los que fuimos nosotros había llovido mucho, la previsión era que la cueva estuviera prácticamente llena de agua, por lo que gran parte del recorrido se hacía literalmente con el agua al cuello. Ninguna característica del plan nos entusiasmaba demasiado, así que nos conformamos con lo que hicimos.

Una vez de vuelta en nuestro súper hostal, ducha fría y descanso. Contratamos allí mismo el transporte a Antigua para el día siguiente, que saldría a las 5 de la mañana. Las argentinas lo tuvieron más complicado, ya que habían pagado todo desde Flores y al parecer tenían problemas porque ese dinero no había llegado a la compañía de autobús. Aunque al final lo solucionaron in extremis, recuperando el dinero que habían que tenido que volver a pagar, la lección que nosotros aprendimos fue no comprar nada por adelantando, en otro lugar o con intermediarios, ya que hay muchas probabilidades de que el dinero “se pierda”.

En la madrugada lluviosa, volvimos a montar todo el equipo en la súper camioneta que por el monte nos llevó hasta la furgoneta que nos llevaría a Antigua. En el camino pasaríamos por Guatemala capital, una de las ciudades más peligrosas del mundo. Como nuestro autobús era de los de turistas, no teníamos que hacer ningún cambio ni transbordo aquí (que normalmente es bastante habitual), pero en el poco tiempo que hicimos cruzándolo pasamos por delante de una zona acordonada por la policía, donde gente curiosa se acercaba para ver un cuerpo que se encontraba al fondo de la calle tapado con el típico plástico de las películas. Después del shock, dimos gracias de que no tuvimos que hacer “escala” allí y llegamos a Antigua.

Encontramos un buen hostal que nos habían recomendado, hicimos algo de compra para poder cocinarnos algo y nos fuimos en busca de la mejor oferta para subir al volcán Pacaya. Es un volcán activo cuya última erupción fue en marzo y al que creíamos que se podía subir hasta el cráter, cosa que nos pareció muy raro por lo peligroso que es. También habíamos visto fotos de gente cocinándose una salchicha con el calor del suelo volcánico y otras donde se podía ver la lava desde muy cerca. Sin embargo, nosotros no coincidimos con la mejor época para éstas experiencias. El ascenso fue muy bonito y bastante asequible, con grandes panorámica del lago en el cráter Caldera y otros 3 volcanes (Fuego, Agua y Acatenango) y vistas a los restos fosilizados de lava de diferentes erupciones. Pudimos cocinar algunas “nubes” o marshmallows en huecos de lava fosilizada, pero las salchichas que Nico había comprado no hicieron mas que calentarse un poco. Una vez ya en el shuttle de vuelta volvimos a encontrarnos con una zona acordonada alrededor de un puente, donde aunque no vimos nada en concreto, cada uno se montó su película y ninguno lo pintaba nada bien.

 

Al día siguiente visitamos Antigua, una preciosa ciudad colonial. Calles llenas de casas de colores y muchas iglesias, la mayoría medio derrumbadas por los diferentes terremotos y erupciones volcánicas que el pueblo había sufrido. Dimos una vuelta por un animado mercado en el cual nos perdimos en busca de la salida y subimos a un pequeño cerro para tener unas espectaculares vistas del volcán Agua con Antigua a sus pies.

 

Además, comimos en un comedor local que se ocultaba en la trastienda de una pequeña tienda de chuches y repostería. Una mujer mayor, que era la cocinera, nos mostró muy amablemente los platos que tenía disponible en los puchero y nos sirvió dos platos típicos: chomín (espaguetis con verduras, originario de china y de nombre real “Chow Mein”) y pepián (un tipo de carne cocida en salsa con arroz).

Chomín Pepián
Los dos platos y la señora en su cocina

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