Lima, más e igual de excelente (días 259-265)

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Volvimos a Lima y volvimos a sentirnos como en casa. Rafa y Gina nos volvieron a tratar como reyes y nosotros nos dejamos llevar; tanto, que lo que iba a ser una pasada rápida de 3 días, por unos motivos y otros volvió a ser de una semana. Una vez más aprovechamos para ampliar nuestro conocimiento de la gastronomía peruana en la mejor compañía, descansar y seguir trabajando para por el blog al día (estamos trabajando duro, esperamos conseguirlo en breve, de verdad).

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Mi rinconcito de trabajo para avanzar en el blog, redes sociales, actualización de fotos…

 

Por un lado, una de las noches Gina nos preparó un seco de pollo espectacular. Ya habíamos probado el seco de res en otra ocasión, pero no nos convenció demasiado, por lo que convencimos a Gina para que lo preparara ella de manera casera y así darle una segunda oportunidad probablemente de mejor calidad. Lamentablemente, nos perdimos la preparación de esta salsa verde a base de cilantro, que es básicamente la clave del plato, pero el resultado fue perfecto. Tras esta cena, nuestro recuerdo del seco ha cambiado radicalmente y le damos el aprobado a un plato peruano más.

 

Esa fue la comilona informal, pero como todos estábamos deseando, llegó la gran comida del domingo. Nos fuimos a un restaurante cerca su casa, que además de salir en internet, sabíamos que estaba siempre lleno, el Punto Azul. Era seguro que pediríamos ceviche y chicharrones de calamar que nos encantaron la vez anterior, pero queríamos probar cosas nuevas, así que le dimos muchas vueltas a la carta. Mientras nos decidíamos, nos sirvieron la bebida, un excelente zumo de maracuyá congelado, y canchitas, el típico piscolabis peruano que se trata de un tipo de maíz enorme frito, que está prácticamente hueco, y que aunque no se parece a los maíces que nosotros estamos acostumbrados, engancha igual.

 

Finalmente, nos decidimos por conchitas a la parmesana y tacu-tacu de calamares. Lo primero fueron unas almejas grandes, presentadas en forma de vieira y gratinadas al horno que estaban muy buenas. Lo segundo era arroz con calamares y salsa criolla, con un sabor delicioso y una presentación en forma de bola. Ambos platos, junto con los 2 anteriores y el zumo conformaron una comida espectacular, y junto con amigos, inmejorable.

 

Además, en esta ocasión pudimos quedar con una amiga de erasmus de Nico, Katty, ya que en nuestra primera visita a Lima no pudo ser. Quedamos con ella en el barrio de Barranco para tomar algo y cenar, y tuvimos una velada muy agradable. Todos nos pusimos al día de nuestras vidas, Nico y ella se pusieron al día de otra gente de erasmus, y como no recordaron juntos historietas de aquellos meses que nunca se olvidarán. Estuvimos muy a gusto en una pequeña terraza, donde acompañados de maracuyá sours (como vamos a echar de menos el maracuyá cuando volvamos…), comimos anticuchos y tequeños. Los tequeños son piezas de pasta filo**** con diferentes rellenos: queso, champiñones, bacon, puerro… y acompañado de varias salsas: de oliva negra, aguacate, tártara, golf (mezcla de ketchup y mayonesa) y ají (típica salsa peruana picante). Las salsas fueron una muy grata sorpresa y toda la cena estuvo deliciosa. Además, fue un placer volver a ver a Katty, así que ¡qué más se puede pedir!

 

Aparte de comer, esta vez también tuvimos algo de tiempo para un poco de turismo que nos había quedado pendiente. Gina nos había recomendado subir al cerro San Cristobal para poder tener una vista panorámica de la ciudad y como nos pareció muy buena idea, nos fuimos para allá una de las tardes. Sabíamos que se podía coger una buseta en la Plaza de Armas que nos llevaría hasta allí y tras unos 45 minutos nos regresaría al centro; pero no esperábamos que estuviera tan bien organizado. Tras hablar con una mujer que ofrecía el trayecto en la plaza, nos acompañó hasta la buseta que estaba ya llena y subimos al cerro con una guía dando explicaciones e información adicional sobre los lugares que íbamos recorriendo. Una vez arriba, dimos la vuelta entera en la montaña y localizamos la Lima que habíamos conocido hasta entonces, y “la otra” Lima; la diferencia entre los barrios, el tipo de edificios y el nivel de vida de los ciudadanos se veía de manera bastante clara desde este punto. La visita mereció la pena ya que nos ofreció una vista real de esta gigantesca ciudad, a pesar de que el cielo no nos presentó su mejor faceta.

 

Pero la tarde más divertida fue cuando nos fuimos a una sala de juegos de un centro comercial con nuestros anfitriones. Jugamos como niños pequeños a coches, comecocos, guitar hero, tiros de baloncesto y otros más y nos lo pasamos muy bien. Además, cada uno ganó mínimo una partida, por lo que todos contentos. Finiquitamos la noche con unas hamburguesas y sandwiches, y tras la cena unas cervecitas. Una vez más, no sabemos como agradecerle a esta maravillosa pareja todo lo que nos ha ofrecido… ¡Esperamos volver a veros pronto! ¡Mil gracias!

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