Barichara

Este de Colombia (días 145-148)

San Gil y Barichara

Tras una fría noche en el autobús (por no tener mantas limpias con las que poder abrigarnos), llegamos de madrugada a Bucaramanga, esperar una hora y seguimos para San Gil. Este pequeño pueblo no tiene demasiado atractivo turístico, pero ofrece una buena conexión tanto para otros pueblos como para las diferentes actividades que se pueden hacer en los alrededores. A no muchos kilómetros de distancia, San Gil cuenta con cascadas, ríos para hacer canoping o descenso de aguas bravas, excursiones por la montaña, tirolinas,escalada… y por eso muchas agencias de «deportes de aventura» se han instalado aquí. Nosotros no teníamos interés especial en esto, pero elegimos San Gil por su cercanía a Barichara, el pueblo que queríamos conocer.

Barichara es un pequeño pueblo colonial que se mantiene en perfecto estado. Sin embargo, es muy diferente de las ciudades coloniales que hemos conocido hasta ahora en Centroamérica o incluso Cartagena. En vez de tener grandes casas de colores con llamativos balcones, gran parte del pueblo la construyen pequeñas casas de una o dos plantas, generalmente pintadas de blanco y con bordes de colores como el rojo, verde o azul.

 

Coincidimos además con el «Gran Festival del Patrimonio Cultural de Barichara» que se celebraba en la plaza. Una gran barbacoa asaba trozos enormes de carne que colgaban de una cuerda y varios organizadores servían sancocho (una especie de sopa con verduras, patata y carne) en una especie de comida popular. Además, diferentes grupos de música se turnaban en el escenario para que nunca parara la música y así tener bailando a toda la gente que se asomaba por allá. Puesto de venta de cerveza y otros tipos de alimentos y bebidas típicas de la región completaban la modesta fiesta.

 

 

La verdad es que nos gustó mucho el pueblo, su localización (ya que está situado en la montaña, al lado de un gran cañón) y el ambiente que tenía. De todas maneras, Barichara es conocido sobre todo por un especial «aperitivo»: las hormigas culonas. En la región de Santander, en época de lluvias (entre Semana Santa y verano), los campos se inundan y salen un montón de hormigas culonas. Los habitantes de estos pueblos las recogen, las fríen, las saltean con sal y se las comen como pipas. Sin embargo, ahora no era la época y cuando creíamos que no las veríamos encontramos un cartel que decía «Turista, aquí vendemos hormigas culonas». Parecía estar expresamente para nosotros. Aunque normalmente las venden en pequeñas bolsitas a granel, en este caso tenían tarros preparados a precio de oro. No las pudimos degustar (no tenemos muy claro si nos hubiéramos atrevido), pero por lo menos pudimos ver lo grandes que eran.

 

Villa de Leyva y alrededores

Villa de Leyva también es un pueblito que mantiene el estilo colonial, tanto que podría pasar por cualquier pueblito de la España profunda. Se encuentra a unas 4 horas en autobús de San Gil (con transbordo en Tunja) y se enorgullece de tener la plaza más grande de Colombia, una enorme explanada empedrada (al igual que las calles) y rodeada de casas con largos balcones. Al igual que Barichara, está rodeada de montañas y naturaleza, y es uno de los lugares más preciados de los bogotanos con posibilidades para su segunda residencia.

 

Alrededor de Villa de Leyva también hay muchas «atracciones turísticas». Desde cascadas, hasta pozas de color azul intenso, pasando por el esqueleto de un dinosaurio y una granja de avestruces donde se puede degustar su carne (sólo lo hacen los domingos y nosotros fuimos entre semana, una pena). Cada sitio está en diferentes direcciones y como sólo teníamos un día decidimos hacer una caminata que pasaría por las pozas de color azul (que al final resultaron estar cerradas), el fósil (que no teníamos intención de entrar por caro) y a «El Infiernito». Este es un lugar con piedras de forma fálica, algunas colocadas en fila y otras esparcidas por jardín. Se cree que los indígenas que allí habitaban, los muiscas, colocaron aquellas piedras por un lado para pedir a los dioses tierras, hombres y mujeres fértiles; y por otro lado, como observatorio astronómico y para detectar el cambio de estación gracias a las sombras proyectadas.

 

Pero lo mejor de Villa de Leyva fue la suerte que tuvimos al escoger hostal. Después de preguntar en varios, elegimos uno que nos ofrecía el precio más barato y las mejores condiciones (habitación privada con baño de agua caliente, sin desayuno). Resultó que los 2 días que estuvimos fuimos los únicos huéspedes y la mujer que estaba a cargo nos cogió cierto cariño. Ya el primer día, estando mirando las opciones que ofrecía la cocina, nos regaló 2 paquetes de pasta y las patatas que quisiéramos. Al día siguiente, para desayunar nos regaló un par de huevos para cada uno para que hiciéramos tortilla y nos preparó jugo de tomate de árbol y cafe con leche. Y el día que nos íbamos, por motivo de que llegaba su hija y a ella le encantaban, preparó para el desayuno arepas con linasa (que estaban espectacularmente buenas), a las cuales nos invitó junto con un cafe con leche. Vamos, que estuvimos de maravilla a cuerpo de rey.

Además, pasamos bastante tiempo hablando con ella sobre diferentes aspectos de la vida Colombiana, pero hubo una que se nos quedó grabada en particular. Hablando de que su hija era vegetariana y que ella intentaba comer la menor cantidad de carne posible, nos comentó de cómo cada vez se trataban a los pollos con más hormonas y al comernos su carne, esas hormonas se transferían a nuestro cuerpo. Según ella, ésta era la razón por la que muchos hombres colombianos estaban dejando de comer pollo, ya que esas hormonas estaban «convirtiéndolos en gay». Imaginaos nuestra poker-face.

 

La Catedral de Sal (Zipaquirá)

De Villa de Leyva camino a Bogotá paramos en Zipaquirá, un pequeño pueblo minero a una hora de la capital famoso por albergar la primera maravilla del mundo de Colombia (no sabemos quién le ha dado ese título pero así figuraba), la Catedral de Sal. Cuando entramos, lo que habíamos leído nosotros era que se trataba de una «catedral» construida por los trabajadores mineros dentro de la propia mina (de sal). Sin embargo, la catedral que se visita es una nueva versión construida por un arquitecto y donde los mineros han hecho pequeñas aportaciones, ya que la original se encuentra en otro nivel de la mina donde se ha restringido el acceso por seguridad. Este hecho hizo que el lugar nos defraudara un poco, sobretodo a Nico, y que no valoráramos el monumento de la misma manera.

 

 

Nosotros hicimos la visita guiada básica que ofrece un recorrido por el vía crucis, la catedral, un «show» de luces y sonido (que la verdad se lo podrían ahorrar) y un pequeño video en 3D con la historia de la mina. Pero también hay añadidos y una vez dentro nos pareció que el de «experiencia del minero» podía haber resultado interesante, ya que incluso te dejan hacer una explosión con dinamita. En fin, aunque a mí me pareció una cosa curiosa, aunque no espectacular; a Nico le pareció un atraco a mano armada en toda regla (24000 COP ~ 15 €), así que os podéis basar en las fotos para decidir si su visita merece la pena o no.

Una vez hecho el tour, dimos una vuelta por el pueblo en sí y nos pareció bastante bonito. No llegaría al nivel de coloniales como Barichara o Villa de Leyva, pero algunos balcones y la gran plaza nos demostraron que no les tenía nada que envidiar.

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