Costa Rica (días 122-126)

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El día 2 de enero no era muy buen día para cruzar a Costa Rica, ya que empezaba la «operación retorno» de muchos nicaragüenses que trabajan en Costa Rica; pero nosotros queríamos seguir avanzando, por lo que sabiendo que nos esperaba un largo día, nos dispusimos a cruzar la frontera. A las 5.30 de la mañana cogíamos el bus en «La Brisa» que nos llevaría al muelle para coger el barco a San Jorge. Coincidimos con dos chicas que volvían a Costa Rica, así que cogimos un taxi con ellas desde San Jorge a la frontera, que aunque salió algo más caro, nos ahorraba bastante tiempo. Una vez allí, vimos lo que nos esperaba: una larga cola que daba la vuelta a al edificio de inmigración de Nicaragua y seguía. Sin embargo, al mismo tiempo vimos a Exeus, el catalán que conocimos en Masaya. Tras hablar un poco con él y pidiéndole permiso a la familia que tenía atrás, Exeus nos coló a los 4, lo que nos ahorró ¡más de 1 hora y media de cola!

En Nicaragua tuvimos que pagar $1 como impuesto administrativo de la región y $2 para salir del país cada uno. Después, pasamos a inmigración de Costa Rica donde creíamos que tendríamos algún que otro problema. Nos habían dicho que nos exigirían un billete de salida, que obviamente no teníamos, y nos recomendaron falsificar uno. No tuvimos tiempo por lo que nos arriesgamos a llegar allí sin y tuvimos mucha suerte, ya que la mujer que nos atendió ni siquiera nos dirigió la palabra: cogió los pasaportes, los miró, los selló y adiós muy buenas. Con toda esa buena suerte y contentos de haber cruzado la frontera en menos de hora y media, emprendimos nuestro camino hacia nuestro siguiente destino, Montezuma.

 

Montezuma

Para llegar a este pequeño pueblo de playa en la península de Nicoya, al noroeste del país, el plan era coger un autobús de la frontera a Liberia, otro a Puntarenas, un ferry hasta Paquera y otro autobús a Montezuma. Aunque creíamos que tal vez no llegaríamos a hacer todo el recorrido, gracias al avance en la frontera pudimos hacerlo y nos plantamos en Montezuma sobre las 20.30h… sin reserva de alojamiento. Nos encontramos con un pueblo abarrotado de turistas, en su mayoría americanos, y con los hostales totalmente ocupados. Un pueblo lleno de restaurantes chulísimos, con cierto toque pijo y que podrían perfectamente ser el último sitio de moda de Barcelona (cosa que no estábamos muy acostumbrados a ver por aquí), lo cual nos hizo darnos cuenta de que ya no estábamos en el mismo Centro América que hasta entonces, estábamos en un nuevo sitio donde los americanos acostumbrar a pasar sus vacaciones de invierno.

Tras una encuesta por las 2 principales (y casi únicas) calles de Montezuma, encontramos una habitación disponible por $50. Aunque era habitación privada, con baño privado y agua caliente, era carísimo para lo que nos habíamos acostumbrado y nuestro presupuesto, pero como era mejor que nada, decidimos cogerla. Sin embargo, luego empezó el lío, ya que la habitación había sido reservada y pagada por unos americanos que ya no la querían y por lo tanto nosotros teníamos que pagarles a ellos directamente y preferiblemente esa misma noche. Como no traíamos colones costarricense, fuimos a sacar dinero, pero el cajero no tenía suficiente, por lo que volvimos sin. En el camino preguntamos en otro «hostal» que nos ofreció un colchón en el desván, donde el suelo eran finas tablas de marquetería que se hundían al pisar y dejaban ver un poco el piso de abajo y las paredes estaban llenas de grafitis. Aquello costaba $18, aunque no lo valía, pero era un seguro si no nos dejaban pagar al día siguiente en el otro. Y así fue. Los americanos, que estaban borrachos, empezaron a complicarlo todo, incluso pidiéndonos más dinero de lo que ellos habían pagado, así que recogimos nuestras cosas y nos fuimos al antro. Menos mal que estábamos tan cansados del viaje, que en 2 segundos nos dormimos y al día siguiente amanecimos en un día totalmente diferente.

 

Encontramos otro hostal bastante mejor, a buen precio (teniendo en cuenta los precios del lugar), un poco más alejado del pueblo y con acceso directo a la playa, así que no podíamos pedir más. Lo interesante de la zona es la cascada de Montezuma y las playas, aunque la fuerte corriente que tienen no deja disfrutar del baño. Esta cascada, que sí tiene una piscina natural donde bañarte, está muy cerca de Montezuma y se accede por un «caminito» en la montaña, donde es mejor llevar sandalias de atar o zapatillas.

Playas Nicoya
Alejándonos de un poco de Montezuma encontramos playas así

 

 

Cahuita

Tras los días en el Pacífico, nos pasamos al lado Atlántico, el Caribe. Por lo caro que era en comparación con los otros países en Centroamérica (excepto Panamá) y por estar «demasiado» preparado para turistas, nuestro paso por Costa Rica iba a ser muy breve. Ya habíamos visto parques, selvas y montañas (aunque a posteriori nos han recomendado mucho el parque Manuel Antonio); tampoco coincidíamos con el desove*** de las tortugas en Tortuguero; así que pensamos en hacer únicamente algo de playa en ambas costas del país. Para salir de la península Nicoya, volvimos a Puntarenas en ferry y de allí un autobús a San Jose. Durante ese trayecto, vimos una Costa Rica soleada y bastante llana, pero no tan verde como nos lo habían pintado. Sin embargo, una vez cogimos el autobús de San Jose a Cahuita, nos encontramos con una Costa Rica diferente: verdes montañas, pequeñas cascadas al borde de la carretera y nubes bajas y muy aferradas a la montaña.

Welcome to Cahuita

 

Llegamos a Cahuita que ya había anochecido y estaba lloviendo. Nuestro plan allí era pasear por el Parque Nacional de Cahuita (que es de los pocos gratuitos del país) y ver la Playa Negra, llamado así por su arena negra. Hicimos ambas cosas, pero el mal tiempo y la lluvia no ayudaron mucho. En el parque sólo pudimos caminar un pequeño tramo antes de encontrarnos con un río muy crecido que dificultaba por completo el paso. Además, aunque no creemos que hubiera animales, la lluvia tampoco nos dejaba buscarlos. Respecto a la playa, aunque si pudimos ver la arena negra, el mar estaba tan revuelto que su color estropeaba muchísimo el paisaje. De todas maneras, lo positivo de la excursión a la playa Negra fue que en el camino de vuelta no encontramos a un perezoso colgando plácidamente de un árbol chupando sus hojas.

 

Estando en el caribe aprovechamos para comer pescado, que hasta ahora no habíamos tenido demasiadas ocasiones y fue todo un acierto. El filete de corvina que me sacaron a mi estaba riquísimo, junto con un fresco de agua de papaya y el pescado en escabeche de Nico con fresco de sandía también merecieron la pena. Repetimos el mismo sitio para cenar, y aunque los platos no fueron nada del otro mundo, los frescos de banana y piña valieron mucho la pena.

 

También queríamos aprovechar otro día para visitar Puerto Viejo y Manzanillo, lugares conocidos por sus playas, pero viendo el color del mar, decidimos marcharnos un día antes hacia el interior de Panamá, esperando que el tiempo fuera mejor allí.

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