Panamá (días 127-131)
Frontera
La frontera entre Costa Rica y Panamá en el lado caribeño es el más cutre que hemos pasado hasta ahora y el que más problemas nos ha dado. Llegamos en autobús hasta la frontera y nos dirigimos a la caseta de inmigración. En el camino vimos un lugar que parecía una tienda pero anunciaba que era ahí donde había que pagar el impuesto de salida de Costa Rica, $8. Nos pareció un lugar tan raro, que pensamos que sería un timo, por lo que seguimos. El de inmigración nos dijo que había que pagar $7 si pagábamos con tarjeta en una maquina que resultó que no funcionaba y sino teníamos que volver al sitio que habíamos visto pagando el $1 extra, por supuesto; pero como no había más alternativa…
Una vez fuera de Costa Rica, cruzamos un puente de madera destartalado y pasamos a pagar el impuesto de entrada de Panamá, $3, en otra caseta, pero sin que te sellaran el pasaporte. Para eso, había que ir a un edificio aparte, que estaba camuflado entre otro montón de edificios, que eran los que te dejaban pasar a Panamá y por lo tanto sellaban el pasaporte; y aquí llegó el problema. Nos exigían tener un billete de salida del país, en barco o en avión, lo cual no teníamos. Intentamos de todas las manera posibles, incluso enseñando nuestro billete de Bogotá a Leticia, en Colombia, para finales de mes, lo que a priori debería confirmar que tenemos intención de pasar a Colombia. Finalmente, y ante la amenaza de que nos devolverían a Costa Rica prohibiéndonos la entrada en Panamá, fuimos a buscar internet a ver como lo podíamos solucionar.
Lo que generalmente hace la gente es modificar un billete de avión original para que encaje con el origen que se desea y fechas un poco coherentes. A posteriori también encontramos que Iberia permite hacer reservas sin pago, lo que creemos que podría funcionar; pero como no lo utilizamos, no sabemos exactamente que tipo de billete genera o con que información. Nosotros tuvimos suerte y a través de un contacto en Mondra, conseguimos unos billetes y pudimos, desepués de nervios y tensión, entrar en el país.
Boquete
Una vez en el lado panameño de la frontera, nos esperaban varias horas de autobús. En general, la mayoría de la gente que cruza por esta frontera va o viene de Bocas de Toro, un archipiélago de islas paradisíacas en el caribe panameño. Esa era inicialmente nuestra intención también, pero viendo el mal tiempo que acechaba el caribe y que el pronóstico no parecía cambiar, decidimos saltárnoslo. Nuestro destino sería Boquete, un pequeño pueblo en el interior.
Autobús de la frontera a Changuinola ($1), otro hasta David ($9.7) y el último hasta Boquete ($1.75). En el tramo hasta David, cruzamos la cordillera montañosa que divide Panamá, pasando por un pantano enorme, un niebla muy agarrada y viendo al mismo tiempo unos arco iris espectaculares. Nos llamó la atención lo verde que era Panamá y más tarde, mirando en el mapa, vimos que además un enorme parque cubre gran parte de la costa del caribe y al sur la selva Darién ocupa también gran parte del país.
En Boquete se encuentra el volcán Barú, punto más alto de Panamá y su único volcán. Nuestra idea aquí era hacer una parte de la Ruta de los Quetzales, donde teóricamente es fácil avistar este pájaro (el quetzal) y muchos otros animales mientras se disfruta del paisaje. Sin embargo, una vez más no tuvimos suerte con el tiempo. Un taxi nos llevó hasta la entrada del sendero ($8) y descubrimos que aunque el tiempo en Boquete era regular, el tiempo aquí era nefasto. Llovía y hacía viento, parte del sendero estaba lleno de barro y obviamente no había ni un animalillo que se dejara ver. El paseo duró poco, ya que coincidimos con el guarda que iba a hacer la revisión general y aprovechamos la ocasión para volver con él en su 4×4.
Pero lo bueno del día sucedió al anochecer, cuando al bajar un momento a recepción… ¡Boom! Malcolm y Lotte otra vez. Sin haber hablado de donde estábamos, sin haberlo planeado. Ellos, que acababan de llegar, pensaban pasar un día en Boquete y seguir con planes muy parecidos a los nuestros, por lo que decidimos fusionarnos otra vez. Al día siguiente, junto con más gente, fuimos a un lugar al que llaman «el mini cañón», que básicamente es un río que pasa entre dos grandes rocas muy cerca entre ellas. Algunos aprovecharon para hacer algo de escalada aquí, junto con gente local a la que se le veía muy en forma. Otros simplemente, tomamos el sol y un bañito, ya que este lugar estaba algo más al sur y tenía otro clima totalmente diferente: cielo despejado, sol y calor.
A la tarde cogimos otra vez el bus a David y allí esperamos al autobús nocturno de Ciudad de Panamá. Casualidades de la vida, también nos encontramos con Gloria y Nico aquí, los italianos de fin de año, que también iban a Ciudad de Panamá, pero en uno que salía antes que el nuestro.
Ciudad de Panamá
Llegamos sobre las 6am. Recomponernos, situarnos y en marcha. Habíamos reservado un hostal en el casco viejo, con lo que nos fuimos directamente allí, por lo menos a dejar las mochilas. Después nos dirigimos al canal de Panamá, a la esclusa de Miraflores. El canal tiene 3 esclusas: 1 en el Atlántico, la esclusa de Gatún; y 2 en el Pacífico, el de Miraflores y Pedro Miguel. El de Pedro Miguel debe ser gratuito y estábamos valorando si ir a este o el de Miraflores, donde va todo el mundo, pero cuesta $15 (carísimo para lo que es). Decidimos ir al de Miraflores a raíz de que nos dijeron que el de Pedro Miguel no era esclusa, sino que simplemente veías el barco pasar, pero al parecer nos engañaron. De todas maneras, viendo algunas fotos nos entró la duda de si realmente se podría ver algo desde Pedro Miguel, porque no parecía estar para nada preparado para ello.
Miraflores es una esclusa de 2 niveles, donde tienen preparadas terrazas para ver el paso del barco, un museo y un pequeño teatro donde emiten un video de media hora sobre la historia del canal (a su manera). Nosotros tuvimos ocasión de ver 2 grandes barcos cruzar la esclusa, ambas no muy cargadas de contenedores y en dirección al caribe. Para el que sepa como funciona una esclusa y hay visto una en funcionamiento, la de Panamá tampoco le parecerá nada del otro mundo. El valor que tiene realmente radica en lo que supone y en la modernidad de las técnicas utilizadas en aquel entonces (por ejemplo, en que el agua se mueve únicamente por gravedad). Tras pasar allí un par o tres de horas, revendimos nuestras entradas, recuperando así $5, ya que funcionaban para volver a entrar, al menos el mismo día.
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Esa tarde y al día siguiente le tocó el turno a la ciudad en sí, aunque a un ritmo muy tranquilo, ya que realmente tampoco tiene gran cosa a visitar. Por una parte está el casco viejo que está repleto de restaurantes muy chulos y mucho ambiente al atardecer, con terrazas y música en directo. Tiene un bonito paseo junto al mar desde donde se puede ver la otra parte de la ciudad, lleno de rascacielos blancos. Esta parte nos gustó mucho, tal vez porque contrastaba con todo el resto de Centroamérica y nos recordaba a Vancouver.
Cuales lugareños, también nos dimos una vuelta por el mercado de mariscos. Nos lo habían recomendado para comer ceviche bueno y barato, pero también aprovechamos para comprar pescado y cocinarlo en el hostal. El ceviche es un plato típico peruano, pero empezamos a verlo ya en la parte sur de Nicaragua y se trata de pescado crudo marinado con ingredientes como limón, cebolla, cilantro… Cogimos 2 «pintas» para los 4, uno de pescado y otro de pulpo, y aunque nos pareció que tenía demasiada cebolla para nuestro gusto, estaban muy buenos.